Mensaje de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, durante la conmemoración 500 años de Resistencia Indígena 1521, Méxcio-Tenochtitlan, en el Zócalo capitalino

Publicado el 13 Agosto 2021

JEFA DE GOBIERNO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO (CSP): Señor Presidente de México, licenciado Andrés Manuel López Obrador; secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard; secretario de la Defensa; secretario de Marina; doctora Beatriz Gutiérrez Müller; secretaria de Gobernación.

Y, espero no equivocarme al decir los nombres de Kahsennenhawe Sky-Deer, jefa del Consejo Mohawk de la Comunidad Kahnawake; y, Jamescita Mae Peshlakai, senadora del estado de Arizona.

Vale la pena imaginar... perdón, a la familia Moctezuma –que está aquí presente–, también nuestros saludos.

Vale la pena imaginar lo que había en este espacio, en esta tierra, hace más de 500 años. A unos metros de donde nos encontramos hoy, se erguía el Centro Ceremonial de Tenochtitlan, dominado por el Templo Mayor, una pirámide con dos templos dedicados a los Dioses Tláloc y Huitzilopochtli, y que para los Mexicas representaba el Coatépetl, la Montaña Sagrada que almacenaba la lluvia, los rayos y las semillas multiplicadoras de la vida.

El templo era considerado el Centro del Universo, la morada de los dioses y el lugar por excelencia en que las personas podían descender a los niveles del inframundo o ascender a los niveles de los cielos.

El recinto sagrado, con sus abundantes palacios encarnaba, al mismo tiempo, el creciente poder político y económico de los Mexicas, imperio que dominó a otros pueblos de Mesoamérica y del Sur.

Los Mexicas contaban con escuelas, recintos para los sacerdotes y los guerreros, juegos de pelota y otras estructuras religiosas como el templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, el Dios del Viento.

Fray Bernardino de Sahagún relata la presencia de 78 edificios dentro de la gran plaza principal de Tenochtitlan, la Ciudad de los Lagos. El Templo Mayor estaba separado del resto de la ciudad por una gran plataforma con escalinatas hacia ambos lados y, de él, partían las tres grandes calzadas que, a su vez, comunicaban la ciudad con tierra firme: hacia el Sur, Iztapalapa; hacia el Poniente, la de Tlacopan-Tacuba; y, hacia el Norte, la de Tepeyac.

Los únicos que tenían acceso permanente al recinto sagrado eran los sacerdotes, guerreros, gobernantes y estudiantes del Calmecac; la gente común solo tenía permitida la entrada durante la celebración de las fiestas cívico-religiosas.

Pero más allá de su arquitectura, podemos decir que la cultura Mexica fue síntesis, conjunción, también destrucción y reconstrucción; modificaciones y nuevas interpretaciones de las creencias y tradiciones milenarias, centenarias, de los antiguos pueblos mesoamericanos.

De una complejidad que implicaba una filosofía sobre la existencia misma y su historia, sobre la filosofía de las personas, sobre la creación del universo, lo divino y lo terrenal, la astronomía, la agricultura.

La cosmogonía de los pueblos originarios de estas tierras y su complejidad –que aún no alcanzamos a visualizar– no es, quizá, como ninguna otra, una historia lineal y progresiva; es diversa, condensa luchas, migraciones centenarias de diversos pueblos.

Pero esa historia fue cortada, tuvo un vuelco hace 500 años; no se trata de olvidar al imperio y el sojuzgamiento de los Mexicas frente a otras culturas, o la alianza de los españoles y otros pueblos para derrotar al Imperio Mexica; se trata de debatir, de poner en el centro lo que significó la invasión española, lo que significó esa ruptura que impuso una visión dominante desde Occidente, que trajo una pandemia –la viruela– que acabó con miles de los pobladores originarios.

La caída de México-Tenochtitlan, la captura del último Tlatoani, Cuauhtémoc, y los 300 años de colonia posterior nos hacen, al menos, cuestionar de fondo la idea que, durante mucho tiempo, pretendió ser dominante de lo civilizatorio, de Occidente frente a la barbarie, de los pueblos originarios, del descubrimiento de una tierra que ya tenía grandes civilizaciones; la llegada, lo avanzado supuesto frente al retraso, la crueldad supuesta frente a la piedad.

Como dice Pedro Salmerón: el triunfo de la modernidad frente al retraso, como si las armas modernas, la tecnología, la ciencia, la religión fueron las que permitieron la asombrosa victoria española y la caída del México-Tenochtitlan.

No, esa ya no puede ser la única interpretación, ni la dominante porque, entonces, propagamos una historia desde un solo punto de vista, que proviene de los vencedores y olvida las culturas de estas tierras, no solo las civilizaciones precolombinas, sino su histórica resistencia.

Porque como dice Federico Navarrete: La “conquista” evoca en los mexicanos el referente directo de un momento fundador, a un cataclismo sin paralelo, a una derrota lacerante y también a una victoria incontestable”.

La llamada “Conquista española” representó el inicio de la Colonia, la imposición de una visión; pero también, la resistencia de los pueblos.

Hace 500 años la historia de esta tierra donde nos encontramos hoy y la historia del mundo entero cambió con un hecho histórico que conocemos como la caída de México-Tenochtitlan, y que hoy reivindicamos, también, como 500 Años de Resistencia.

Reivindicar a las mujeres indígenas de entonces y de las generaciones que llegan a la resistencia de hoy, no se trata de una visión romanticista, sino como la reivindicación de que la grandeza de México proviene desde ahí, y la grandeza de nuestra Ciudad de México es símbolo de esa diversidad cultural, de entonces y de ahora.

Porque la palabra “conquista” –y por ello la reflexión indispensable– implica la eliminación de una diversidad que conforma nuestro México pluricultural; de la riqueza de los más de 7 millones de mexicanos y mexicanas que hablan, conservan y procuran 68 lenguas que representan culturas, historia, vínculos con nuestro glorioso pasado, presente y futuro.

Porque el progreso con bienestar, o reconoce a los pueblos originarios su diversidad o no es bienestar ni es progreso.

Por ello, en el rescate de nuestra Memoria Histórica deben enorgullecernos las cosmovisiones, el sincretismo y el no sincretismo, del reconocimiento y la reivindicación de los orígenes culturales previo a la llegada de los españoles, que siguen presentes –con orgullo– y que representan también el porvenir.

Si no cuestionamos esa visión estamos condenados a seguir preservando una cultura de discriminación y la renuncia a nuestra historia como la riqueza milenaria de nuestros pueblos originarios.

Hablar hoy de México-Tenochtitlan y los 500 Años de Resistencia obliga, entonces, a una indispensable política de memoria sobre la invasión de 1521, pues en este momento histórico se originó uno de los fenómenos que aún lastiman a nuestra sociedad: el racismo.

Hay que recordar que los sistemas coloniales establecidos a partir del siglo XVI, establecieron una jerarquía social con base en el origen étnico de las personas.

Es fundamental mostrar que, a pesar de tener 200 años de Independencia, los valores del colonialismo y el racismo han permanecido en nuestra sociedad, pues reproducen prácticas y valores discriminatorios.

Es por ello que es tan necesaria la Memoria Histórica; la herida colonial de nuestra sociedad sólo podrá sanar si hablamos de ello.

Hace siete siglos, en esta ciudad, se levantó la legendaria Tenochtitlan, cuna de la cultura Mexica, que la vida… que lleva el nombre de nuestro país, de nuestra nación: México.

Huitzilopochtli ordenó que fundaran la ciudad donde estuviera un águila parada sobre un nopal devorando una serpiente; y, hoy, es el elemento central de nuestra bandera, este pedazo de tela que nos distingue, nos une en la diversidad de la grandeza de México que nos enorgullece.

La Ciudad de México tiene una historia milenaria donde sus habitantes jamás han dejado de resistir y de luchar por la justicia, la libertad y la igualdad; por ello, nuestra ciudad es progresista, es centro cultural de México, es historia y es presente; es origen y continuación de todas las luchas; es futuro y es esperanza.

En esta ciudad se vive la rebeldía y el amor; por ello, el racismo, el clasismo y todos esos -ismos que son reminiscencias del México colonial no tienen más futuro; son el pasado, es el pueblo de la ciudad, su solidaridad y su amor, lo que nos distingue.

Como Jefa de Gobierno de la Ciudad de México me siento orgullosa de nuestro pasado y nuestro porvenir, y estoy comprometida a defender esta, nuestra grandeza milenaria, y a reivindicar la resistencia para convertirla en la riqueza del presente y el futuro de nuestra ciudad.

La transformación, revolución de las conciencias y reivindicación de una patria diversa, multicultural, sobre esa base se construye el bienestar respetando la diversidad.

Sí, esa es la transformación de la vida pública de México, nuestra memoria, nuestro glorioso presente y nuestra esperanza.

¡Vivan los 500 Años de Resistencia! ¡Viva la heroica Ciudad de México!