Mensaje de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, durante la ceremonia con motivo del 210 aniversario del inicio de la Independencia de México, en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento

Publicado el 15 Septiembre 2020

No estaba contemplado en el programa, solamente que hablara Loredana.

Así que hoy que estamos pues en una situación distinta, compleja frente a la pandemia, pero no por ello menos emotiva y de reconocimiento de la historia de nuestra patria. Hoy viviendo un momento histórico, muy especial de nuestro país, decimos desde la Ciudad de México: ¡Viva México! ¡Vivan los héroes que nos dieron patria!

Muchas gracias.

DIRECTORA GENERAL DEL FIDEICOMISO CENTRO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO, LOREDANA MONTES LÓPEZ (LML): Muy buenos días a todos. No pude evitar esta mañana despertar pensando en la muerte, en la muerte con causa, en la muerte de quienes nos han antecedido para formar patria; y de esa manera es que vengo a compartir con ustedes esta pequeña pieza.

Muy buenos días a todos los presentes y quienes forman parte del presídium.

La independencia de los países americanos suele atribuirse al desmoronamiento del imperio español. Las colonias españolas en América fueron desengranándose y fragmentándose en un proceso que duró poco. Los 300 años de dominio terminaban de golpe y porrazo en apenas 20 años de rebeliones regionales. Iniciaba el siglo XIX y el poderío español se vino abajo, es la única forma de entender cómo las independencias de nacientes estados nación que antes conformaban los virreinatos de la Nueva España del Perú, del Río de la Plata y de Nueva Granada, así como las capitanías generales de Chile y de Guatemala tocaron al unísono sus gritos de libertad. Cada uno de los 19 países en los que se convirtió aquel panorama de extensas tierras organizadas en virreinatos, derivaron en sendas historias nacionales que adquirieron sus particularidades.

México protagonizó una de las revoluciones de independencia más largas de los países latinoamericanos y de sus etapas surgieron liderazgos que han trascendido los tiempos, liderazgos que guardamos en nuestra memoria como parte de la identidad que nos hace mexicanos.

Las personas que encabezaron la lucha independentista en sus diferentes momentos y espacios durante 11 años de conflagración, fueron de distinto signo, aunque muchos han sido revestidos del lustre de la heroicidad que les dio la escritura posterior de estos hechos. Habrá que recordar eso sí, que en historia no hay héroes ni hay villanos. En todo caso, hay proyectos, intereses y hay coyunturas. De ahí que intentemos desvelar esos liderazgos de halos nacionalistas exacerbados. No obstante, todas estas consideraciones, no eliminan dos aspectos fundantes de nuestra identidad y de nuestro autoconcepto como pueblo.

Uno, las personas que murieron en aras de tener un mejor destino para quienes le sucedieron y que murieron en la que buscó la Independencia de México en particular, son muertos de quienes sin lugar a duda somos deudores. Dos, más allá de los liderazgos reconocidos universalmente como los hechores de las acciones que nos condujeron a la independencia, están los actores que quedaron soterrados en las márgenes de las páginas de la historia. Aquellos que dejaron sus vidas en la lucha, sin que el discurso histórico de su tiempo ni del nuestro, les hiciera justicia en sus narrativas. De entre ellos, muchas fueron mujeres.

La historia de la Independencia mexicana nos lleva a evocar en este sentido nombres ilustres como el de Josefa Ortiz de Domínguez, el de Leona Vicario, el de Gertrudis Bocanegra y como no, la mismísima Güera Rodríguez o el de Mariana Rodríguez del Toro, cuyos actos dentro de la revolución independentista marcaron hitos en momentos en que todo parecía venirse abajo. No obstante, la intervención de las mujeres en la lucha por la Independencia mexicana no se agota con ellas. Algunos pocos historiadores, cronistas e investigadores han plasmado en sus obras las acciones de mujeres que tuvieron papeles preponderantes en este periodo de la historia.

Altagracia Mercado, llamada la “Heroína de Huichapan”, hidalguense que al saber de levantamiento del cura Hidalgo reunió dinero y tropas, y se levantó en armas venciendo las huestes españolas en varias ocasiones. En octubre de 1819 fue derrotada quedando en pie solo ella de entre todo su pequeño ejército desbandado o muerto, ahí siguió luchando y le fue concedida su vida, merced a la valentía que mostró en batalla. Se dice que el coronel español que la derrotó dijo, mujeres como ella no deben morir. Fue condenada a cuatro años de trabajos forzados en prisión.

Catalina Gómez del Arrondo, acambarense, célebre por su intervención a favor de los Insurgentes, en especial, por haber sorprendido y atacado a un destacamento del Ejército Realista con un cargamento de oro y plata, con la ayuda de un reducido número de personas, vecinas del lugar; más tarde, fue apresada.

María Fermina de Rivera. Fue compañera de armas de los Insurgentes, ya en la última etapa del movimiento, esposa de un coronel en las tropas de Vicente Guerrero, junto con él peleó como cualquier soldado, a decir de Fernández de Lizardi, cuando algún combatiente caía en la batalla, ella tomaba el fusil y sostenía el fuego al lado de su marido, con el mismo denuedo y bizarría de un soldado veterano; murió en batalla en febrero de 1821.

Gertrudis Rueda. Madre de Nicolás Bravo, de padres españoles, su batalla fue de resistencia; Morelos los incorporó a ella y a su marido a la lucha independentista para tratar de librarlos del hostigamiento de las autoridades virreinales, ya que se habían negado a colaborar con ellas.

Luego del Sitio de Cuautla, Don Leonardo –esposo de Doña Gertrudis– fue apresado y ella, coaccionada para entregar a su hijo Nicolás Bravo y a sus cuñados, a cambio de la vida de su esposo; Don Leonardo murió a garrote vil en 1812.

María Josefa Martínez. A la muerte de su esposo, el jefe insurgente Miguel Montiel, María Josefa se vistió con ropa de hombre y al frente de los llamados rebeldes combatió hasta que fue arrestada y condenada a prisión perpetua en la casa de Las Recogidas, de Puebla.

Antonia Nava. Militar guerrerense, conocida como La Heroína de Tixtla, participó con las armas junto a Morelos y fue lugarteniente de Nicolás Bravo; ante la muerte de un segundo hijo en batalla, estuvo en presencia de Morelos, quien intentó consolarla, se afirma que reaccionó diciendo “no vine aquí para llorar, sino a traer a estos otros tres hijos como soldados al servicio de la Patria”.

Ella, junto con Doña María Catalán y Doña Catalina González, en el intrincado punto de la Sierra Madre del Sur y, en ocasión de un durísimo asedio que sufrió Nicolás Bravo con sus tropas, ofrecieron sus cuerpos como alimento para los soldados; participó en la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México en 1821 y murió en marzo de 1843.

No todas las mujeres que participaron en el movimiento tuvieron la suerte de ver a este movimiento de Independencia coronarse como triunfante en 1821, muchas de ellas fueron pasadas por las armas, otras encarceladas y otras más murieron en batalla.

María Tomasa Esteves. Salmantina que hizo labor a favor de los combatientes enfermos y heridos en los primeros años de la Guerra de Independencia, también conseguía la información confidencial del Ejército Realista; sus enemigos la vieron como un agente muy activo de la deserción de los soldados, así que, una vez apresada, Iturbide la mandó fusilar a mediados de 1814, por sus labores de “seducción a la tropa”.

Carmen Camacho. Persuadía a los hombres del Ejército Realista para que se volvieran Insurgentes; formó parte del movimiento de Hidalgo, fue culpada de seducción a la tropa realista y fusilada en septiembre de 1811.

Prisca Martina de Ocampo. Nació en Tepecoacuilco, Guerrero, hija de padres mestizos, luchó por la Independencia con las fuerzas de Valerio Trujano, y después con las de Morelos e Ignacio Ayala; participó en la defensa que Trujano hizo en El Sitio de Huajuapan de León, en abril de 1812, contra José María de Regules; durante tres meses y 20 días no hubo un momento en que cesara el fuego de los sitiadores o dejara de haber combates parciales; ella estuvo ahí con su cuerpo en combate.

Manuela Medina, “La Capitana”. Participó al menos en siete batallas defendiendo la causa Insurgente, sobre todo con Morelos, en la Toma de Acapulco; murió en 1822, a consecuencia de dos heridas de combate que la habían postrado año y medio atrás.

Luisa Martínez. Estuvo encarcelada en tres ocasiones por llevar noticias, víveres y recursos a los Insurgentes que participaron en la Guerra de Independencia; en uno de los ángulos del cementerio de la Parroquia de Erongarícuaro, en Pátzcuaro, Michoacán, fue fusilada por órdenes de Pedro Celestino Negrete, en 1817.

María Petra Teruel de Velasco. Protegió la fuga de Guadalupe Victoria contra Los Iturbidistas.

Las mujeres, quienes son identificadas tradicionalmente con la reproducción; la reproducción de la vida en general, no solo de reproducirnos como especie, sino de reproducir la vida en todos sus aspectos, desde el cuidado de los niños y los enfermos hasta la confección de alimentos; las mujeres, decía, siempre han estado en el campo de batalla, esto significa que la Guerra de Independencia no fue la excepción; pero el campo de batalla en una conflagración de la naturaleza que reviste a una revolución tiene muchos frentes si le damos una mirada heterodoxa. Y entonces podremos ver mujeres que se entregaron a la causa de muy diversas maneras y desde distintas trincheras.

Algunas de ellas perdieron su fortuna económica financiando el movimiento, como el caso de doña Leona Vicario, otras se prestaron para convencer a los soldados realistas de pasarse al bando de los independentistas, o bien, pusieron su vida en peligro para obtener información de los soldados del virrey; las hubo que tomaron directamente las armas, así como las que conspiraron facilitando sus casas para las reuniones y formando ellas mismas parte de tales tramas como mensajeras, y hubo las que dieron cobijo a los insurrectos, así como a las que entregaron hijos a la causa de la Independencia, hubo hasta quienes se ofrecieron pues como alimento para las huestes insurgentes en momentos casi insalvables.

Algunas recibieron castigos por ello que terminaron por con sus vidas y otras se vieron privadas de su libertad o sufrimiento, también algunas sufrieron del escarnio social; pero muchas de ellas no han sido reconocidas por la historia y por quienes la escriben. Pero sobre todo, no han sido reconocidas más ampliamente, de forma pública, ante las generaciones que las han sucedido en la historia.

Rita Pérez de Moreno, acompañó a su esposo don Pedro Moreno en todas las vicisitudes de su campaña de guerra, estableció una fortaleza en el Fuente del Sombrero, ahí cocinaba, repartía la comida y curaba los heridos; perdió a varios de sus hijos, tres de ellos siendo bebés, algunos por hambre y un hijo de 15 años en el campo de batalla, fue encarcelada con sus hijos y salió hasta 1819, murió en la pobreza.

Manuela Herrera, quien quemó su hacienda para que los realistas no encontraran recursos, alojó a Francisco Javier Mina en el rancho “El Venadito” donde fue prisionera junto con su ilustre huésped.

Rafaela López Aguado, Manuela García de Bustamante, Gertrudis Armendáriz de Hidalgo y Costilla, Carmen de las Piedras de Elías, las hermanas Francisca y Magdalena Godos, Manuela Rosas Taboada, Cayetana Borja, Micaela Montes de Allende, Bárbara Rosas “La griega”; Gertrudis Vargas “La perla de la laguna”, Antonia Peña y alguien a quien apodaron “La Costeña” simplemente porque nunca se supo su nombre.

Los trabajos de las mujeres que participaron en la Independencia, como los de hoy en cualquier trinchera, estuvieron y están ligados al sostenimiento de la vida de otros y de otras. Resulta notable como parte de las acciones de estas olvidadas de la historia, a quienes yo llamaría más bien “no reconocidas justamente por el discurso histórico”, son siempre actividades que tienen que ver con el cuidado de los otros, las mujeres somos para los otros y de los otros, como decía Marcela Lagarde.

En la independencia de México encontramos a las mujeres que tomaron las armas, las que hicieron comida y cuidados para las huestes, las que fungieron como mensajeras, como mecenas del movimiento, las que conspiraron y las estrategas que seducían.

No perdamos de vista que nosotras somos las que sostenemos las revoluciones, no necesariamente igualándonos en las hazañas bélicas de los hombres, aunque también sino y sobre todo porque el trabajo doméstico es el que reproduce la vida.

Hacemos todos los días un trabajo que pareciera invisible, además de empuñar el fusil, tocamos la sobrevivencia de cuantos nos rodean y apoyan en nosotras sus fatigas y nos responsabilizamos de que continúen respirando.

Que las mujeres no siempre han estado en los espacios de la toma de decisiones, que no han ejecutado el poder político que toca al espacio público, eso lo consigna la historia, pero las reivindicaciones a que la actualidad nos impele a hombres y mujeres por igual es precisamente al reconocimiento desde el discurso histórico político vigente, de la trascendencia que las mujeres en su actuar han tenido para que cada etapa de la historia sea.

Las mujeres de hace dos siglos en la Independencia, como las de hace un siglo en la Revolución, como las de hoy en esta transformación inédita hemos sido mujeres de nuestro tiempo.

Los valores e ideas de época son nuestro contexto histórico y no podemos juzgar con valores de hoy los hechos de ayer, pero sí podemos juzgar con los valores de hoy reivindicar en el discurso los hechos de ayer y justipreciar en el espacio público, en la narrativa cotidiana y en el discurso político a las mujeres que también nos dieron patria, que también pusieron el cuerpo, el dinero, el tiempo y la valentía en actos que hoy debemos agradecer trayéndolas a la palestra del presente renombrado.

A esas mujeres que en voz de Silvio Rodríguez son desconocidas gigantes, que no hay libro que las aguante.

Las trincheras de las mujeres han sido disímbolas, pero siempre han estado ahí, haciendo posible la vida, haciendo posible la guerra, haciendo posible la continuidad del humano. Muchas gracias.